Infinitas by Haizea M. Zubieta

Infinitas by Haizea M. Zubieta

autor:Haizea M. Zubieta
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 2019-04-03T22:00:00+00:00


48

Cuánta atención se prestase a los estímulos auditivos dependía de muchos factores; entre ellos, el percibir varios distintos al mismo tiempo. Sin embargo, incluso en este caso, había un sonido en concreto que siempre tendía a hacernos volver la cabeza, o al menos identificarlo. Era el que tenía el umbral de atención más bajo de todos: nuestro nombre.

Pero ¿y si no se trataba de oírlos, sino de pronunciarlos? ¿Qué era lo primero que gritaba alguien en peligro, o en una situación de angustia, o de desconcierto? Lo que más le importase en ese preciso instante. Ya fuera «ayuda», o «fuego», o quizá un nombre.

—¡Johanna! —gritó Laura Snyder cuando recobró el aliento.

La polvareda se le colaba en los ojos, le tapaba la vista, casi tan sólida como una pared. Cuando empezó a aclararse, Laura pudo ver que, justo donde había estado sentada unos segundos antes, el montículo había desaparecido; su lugar lo ocupaba un inmenso pilar hincado en el suelo, atravesando la acera hasta el subterráneo y dejando un hueco como si un dedo de gigante hubiera hurgado en el asfalto.

Pero también había desaparecido Johanna.

—¡Johanna! —exclamó de nuevo—. Johanna, ¿dónde estás?

No había ni rastro de ella. Pero hacía un momento estaba allí y, de hecho, había empujado a Laura para que la viga no la alcanzase. No podía ser que…

—¡Johanna! —volvió a gritar; crecía el pánico en su voz—. ¡Por favor, responde!

El polvo suspendido en el aire se asentó, por fin, sobre las vigas descarnadas y los escombros de piedra. Laura oyó que el edificio volvía a crujir en una amenaza latente.

Tenía que encontrar a Johanna.

Intentó encaramarse al pilar, por si mirando al otro lado la veía. Tal vez estuviera desmayada y por eso no respondía. No podía haberla atrapado debajo.

—Por favor, Johanna, no estés ahí abajo… —rogó Laura, para sí más que otra cosa—. Por favor, por favor, por favor.

Pero incluso trepando a la viga y oteando más allá, solo veía el suelo destrozado, levantado, los muros caídos y los cristales asomando entre ellos. Johanna no estaba allí. Aunque tampoco veía nada que indicase una tragedia; no había sangre, ni se oían gritos de dolor.

—Tienes que estar bien —murmuró Laura entre dientes—. Tienes que estar en algún sitio. Venga, por favor. Por favor…

No podía perderla. ¿Había dicho que no confiaba en ella? A quién quería engañar: había confiado en ella desde la primera vez que oyó su voz.

—¡Johanna! —gritó de nuevo. El suelo que pisó cedió ligeramente a sus pies, y entonces Laura se dio cuenta: la viga había reventado la acera entera, abriendo un hoyo que llegaba hasta el túnel de metro que pasaba por debajo de aquella calle. Se asomó al hueco, pero la oscuridad y la nube de escoria lo cegaban todo—. ¿Estás ahí, Johanna? ¡Hola! ¿Me oyes? ¡Por favor!

Ningún sonido indicaba que Johanna estuviera en el túnel, ni que la hubiera oído. Así que Laura hizo lo único estúpidamente lógico que se le ocurrió.

Se arrojó dentro del agujero.

Aun agarrándose a la viga para no chocar con fuerza contra el suelo, Laura cayó en aquel túnel a medias de bruces, a medias de pie.



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